domingo, 29 de enero de 2012

Dos Botellas negras.

H. P. Lovecraft.


Quedaban pocos moradores en la decadente población de Daalbergen. Los habitantes del pueblo creían que mi tío, el reverendo Vanderhoof, no estaba realmente muerto, sino que se hallaba suspendido en algún lugar entre el cielo y el infierno por causa de una maldición que había recibido del viejo sacristán.
Después de lo que me ocorrió a mi, terminé pensando igual que los aldeanos. Sé que el viejo sacristán enterró a Vanderhoof en una tumba, pero también sé que no está muerto.
Llegue a la aislada y pequeña población de Daalbergen el cuatro de octubre- Había recibido una carta informándome de la muerte de mi tío. Mark Haines fue el que me envió el recado y, cuando llegué con él, me contó la historia de la muerte del reverendo Vanderhoof, mi tío:
-Debo tener cuidado cada vez que me encuentro con Abel Foster, ese viejo sacristán ha hecho un pacto con el diablo -comenzó a relatar con misterio-, Hace dos semanas el prior Sam pasaba por el cementerio y lo escuchó hablando con los muertos... ¡y ellos le respondían con voces profundas y apagadas! Su tumba predilecta es la del reverendo Slott. Siempre se le ha visto por ahí.
El viejo Foster llegó a esta aldea hace diez años, pues Vanderhoof lo había contratado para que cuidase la húmeda iglesia de piedra.
Nadie lo ha querido nunca; siempre lo veiamos cuidando las hierbas del cementerio y arreglando las flores de las tumbas, en especial la de William Slott, el primer pastor que tuvo la iglesia en 1701.
Poco después de que llegara Foster al pueblo, comenzaron las desgracias. Se cerró la mina donde trabajaban los hombres y más de la mitad de la gente abandonó la aldea. Los feligreses murmuraban que el reverendo Vanderhoof había hecho un pacto con el diablo, que difundía ideas infernales en los sermones extraños y grotescos que daba en la iglesia, los cuales estaban llenos de palabras siniestras. Hablaba a la gente, llevándola, a través del miedo, a creer en espíritus odiosos e invisibles y llenando sus cabezas de obsesiones nocturnas. Poco a poco las personas dejaron de asistir a las misas. Vanderhoof parecía obligado a cumplir alguna promesa; actuaba de forma muy extraña continuando con sus fantasmales sermones. Pasado el tiempo, ya nadie se se atrevía ni siquiera a acercarse a la iglesia o a la casa parroquial, donde seguía viviendo mi tío con el viejo sacristán, se oscuro y demoníaco que no hablaba con nadie y que miraba de forma maligna a quien se cruzara en su camino.
Se decía que él había hecho aceptar a Vanderhoof la tutela del diablo. El cementerio se mantenía verde y hermoso al lado de la espantosa iglesia medieval; ahí veían trabajando de vez en vez a Foster, y los que pasaban suficientemente ceca aseguraban que tenía conversaciones fluidas con el demonio y los espíritus del cementerio. Una mañana lo vieron cavar una fosa, justo donde la sombra del campanario caía por las tardes. Al rato,  las campanas de la iglesia, que no se habían tocado en meses, resonaron solemnemente durante tres horas. Los que se acercaron para observar desde lejos, vieron cómo Foster sacaba un ataúd de la casa parroquial para depositarlo en la fosa y cubrir el agujero con tierra y extrañas hierbas.
El sacristán acudió al pueblo al día siguiente, contó que Vanderhoof había muerto y que había sido enterrado junto a la tumba del reverendo Slott, a un lado del muro de la iglesia; parecía que la muerte de Vanderhoof le causaba una alegría perversa y diabólica. El viejo sacristán tenía ahora las manos libres para lanzar abominables hechizos contra la aldea, desde el interior de la iglesia.
Susurrando palabras en una lengua muerta, Foster regresó para atravesar el pantano y entrar a su iglesia. Fue entonces cuando Mark Haines decidió llamarme. Esto era lo que había sucedido.
-¿Que tan lejos está la iglesia de aquí? ¿Usted cree que llegaría antes del anochecer? -le pregunté al hombre que me había contado la historia.
-¡Por nada de este mundo puede ir ahí en plena noche! ¡Ni se le ocurra, es una locura! -exclamó exaltado.
Me reí de su miedo, en realidad yo atribuía todo lo que me había contado a la ignorancia, propia de aquellos hombres que viven en aldeas muy apartadas de la civilización.
Viendo que yo estaba decidico a ir a la iglesia antes de que llegara la noche. Haines me dio todas las instrucciones para llegar y me estrechó la mano como si nunca fuera a volver a verme.
Sali de la casa de mark haines. Apenas caminé un par de cuadras cuando vi el terreno baldío, lleno de una maleza extraña que hundía sus raíces en el viscoso suelo que exhalaba vapor, el cual me había dicho que cruzara. Una vez que atravesé el pantano, di vuelta a la izquierda y tomé un camino decorado con chozas lúgubres dibujadas a lo lejos. Los olores miasmáticos del pantano infectaban el aire húmedo y frío; caminé más rápido para abandonar ese tétrico paisaje. El sol ya caía sobre la cima de las montañas bañándolas con resplandores ensangrentados. Vi a lo lejos esa masa de piedra que era la iglesia, parecía un ídolo que adoraban las tumbas. Comencé a sentir un miedo que nunca había experimentado. En las sombras del muro de la iglesia observé algo blanco, sin forma definida. Conforme me acercaba vi que era una cruz de madera muy nueva que coronaba una montaña de tierra recién removida. Supe que era la tumba de mi tío, Lo que me asustó es que no parecía un sepulcro muerto, sino una tumba viva.
No había ninguna señal de vida; entonces seguí caminado hasta la casa parroquial y golpeé la puerta; nadie me respondió. Tenía que rodear la casa. me asomé por una ventana.No había luz ni sonido, se veía enteramente abandonada. La noche había caído de imprevisto sumiendo todo en la negrura; apenas podía ver delante de mí. El ambiente estaba en calma, no había ni un soplo de viento. La tranquilidad era sepulcral y se podía sentir como volaban temibles espíritus. Me quedé parado, esperando que algo horrible pasara, cuando divisé dos luces en el campanario. Avancé con precaución en la oscuridad hasta encontrar una puerta entreabierta en la iglesia por la cual me introduje. El interior estaba lleno de un olor antiguo y mohoso y cubierto de una suciedad fría, húmeda. Una canción como de borracho venía desde la luz que surgía en la negrura del muro más lejano del interior de la iglesia; era una claridad muy tenue, se adivinaba por debajo de una puerta. De pronto la canción se detuvo y reinó el silencio más completo. El corazón me latía con rapidez, sentí como me saltaban las sienes; estaba poseído por un indecible espanto. Fui tanteando las paredes hasta llegar a la puerta de la cual provenía la claridad; estaba cerrada. Golpeé varias veces sin encontrar ninguna respuesta; violé la cerradura con una navaja y pude entrar. Una luz suave con olor a whiskey inundaba el lugar. escuché algo que se movía en la habitación de la torre, arriba de mí. Ascendí con cuidado por las escaleras. La pequeña recámara estaba llena de libros viejos,manuscritos llenos de polvo... objetos extraños de una edad increiblemente antigua, cosas terroríficas encerradas en jarras de cristal... serpientes, lagartos y murciélagos, gallos disecados. Moho y telarañas se habían adueñado del lugar. detrás de una mesita había una vela encendida iluminando un inmóvil rostro demacrado y consumido, con ojos salvajes mirando al vacio. Era Abel Foster, el viejo sacristán. No se movía ni hablaba. Me acerqué a él.
-¿Señor Foster? -pregunté temblando de miedo, mientras mis palabras hacían eco en la habitación.
No hubo respuesta ni movimiento alguno. Me aproximé para sacudirlo y comprobar si estaba vivo. Apenas lo toqué, comenzó a gritar:
-¡No! ¡No me toques! ¡Atrás, atrás! -exclamaba lleno de un terror incomprensible.
Le dije quién era y por qué había ido a visitarlo. Se tranquilizó; por fin las palabras salieron de su boca:
-Creí que era él, pensé que había vuelto. Está tratando de hacerlo, está tratando de salir desde que lo metí ahí adentro. ¡Quizá haya logrado salir! ¡A lo mejor ya viene para acá!
-¿Quién, señor Foster, quién? -le pregunté atemorizado.
-¡Vaderhoof! -aulló como un loco-. ¡La cruz de su tumba se cae por las noches! Todas las mañanas su tierra está removida. Va a escaparse y no habrá poder capaz de impedirlo -explicó temblando, presa de un terror mortal.
Me sentía mareado, abrí una ventana para dejar que entrara el aire y pide ver cómo la luna alumbraba la tumba de Vanderhoof de forma difusa. Miré dos veces, ¡la cruz estaba ladeada! Recordaba haberla visto perfectamente vertical hacía unos minutos. El miedo se apoderó de mí.
-Así que ers el sobrino de vanderhoof, pues entonces tienes derecho a saber qué es lo que ha sucedido, ya que pronto volverá a buscarme. ¿Ves todos estos papeles y libros? Eran del reverendo Slott, los usaba para hacer magia negra., primero predicaba a la gente, luego subía aquí para hacer terribles hechizos demomiacos con los seres muertos que ves en las jarras y lanzar maldiciones a la humanidad. Sólo yo sabía de sus actividades de ocultismo. Cuando él murió vinea buscar todas sus cosas y secretos en este campanario; pronto aprendí a realizar hborribles rituales del credo infernal, lanzando la maldición sobre el pueblo y sus habitantes. Hechicé a Vanderhoof y lo hice predicar la palabra negra en sus sermones de la iglesia y después... ¡me apoderé de su alma y la guardé en una botella negra! ¡Enterré su cuerpo! pero a falta de alma no puede ir ni al cielo ni al infierno. ¡Puedo escuchar cómo se abre camino a través de la tierra! -explicó, riéndose como un diablo con los ojos encendidos.
Me asomé a la ventana para tomar aire, estaba a punto de desmayarme. Cuál no fue mi sorpresa al ver que la cruz estaba tirada en el piso.
-¿Donde está la botella con el alma de mi tío Vanderhoof? -le pregunté amenazadoramente, pues había visto dos botellas negras en una repisa.
-¡Nunca te lo diré! -gritó, al tiempo que susurraba extrañas palabras en vos muy bajas.
Todo comenzó a volverse gris ante mis ojos, como si me estuvieran arrancando algo del corazón para hacerlo salir por la garganta. Con fuerza sobrehumana me lancé sobre el viejo Foster y lo tomé por el cuello. Forcejeé con él haciendo que una de las botellas se cayera al piso mientras yo me apoderaba de la otra. Un estallido azul de azufre llenó el ambiente mientras una nubecita blanca se iba por la ventana a toda velocidad.
-¡Maldito seas, miserable, maldito seas! -rugió mientras su cara se volvía negra verdosa-, ésa era mi alma, el reverendo Slott la puso ahí hace más de doscientos años.
Su carne sufrió un espantoso cambio del negro al amarillo opaco, su cuerpo se desmoronó.
La botella que tenía en la mano se estaba poniendo muy caliente, resplandecía con una débil fosforescencia. Con mucho miedo la dejé sobre la mesa. Llegó hasta mis oídos el ruido de la tierra removida, me llené de pánico más terrorífico que jamas haya sentido y salí corriendo por las puertas del campanario y la iglesia.
Una sombra gigante, negra y espantosa, salía de la tumba de mi tío y avanzaba con dificultad hacia la iglesia. Huí a toda velocidad y estuve escondido en el pantano el resto de la noche.
A la mañana siguiente -mañana gris con llovizna y llena de extraños presagios-. acompañado de algunos aldeanos, vi que la tumba del reverendo Vanderhoof estaba abierta. La botella que había dejado en la mesa hjabía desaparecido y los restos de Abel Foster seguían ahí, infernalmente descompuestos.
Quemamos todos los papeles del campanario; tiramos la cruz de mi tío dentro de la tumba y la tapamos. Aún hoy puede verse a ese cuerpo en pena. En las noches de luna llena pasea por el cementerio una figura que sostiene una botella y camina sin dirección.









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