miércoles, 25 de enero de 2012

Aprender de los fracasos

Las desilusiones, los errores o los rechazos son la materia prima de eso que muchos llaman fracaso. Queremos evitarlo a toda costa porque es doloroso y porque tememos convertirnos en "perdedores" para siempre. pero las personas que consiguen lo que desean nos enseñan todo lo contrario, que eso sólo es posible tras una larga lista de intentos infructuosos. Y, sobre todo, tras reconocer y admitir el fracaso, y aprender de él para volver a intentarlo con deseos renovados.


Hace algunos años, vi una publicidad de una conocida marca de indumentaria deportiva que he recordado desde entonces. En ella se ve a Michael Jordan -seguramente el mejor jugador de baloncesto de la historia- caminando con lentitud por un corredor apenas iluminado. Viste con traje oscuro, lleva gafas negras y se le nota abatido. Mientras avanza, se escucha su voz que pausadamente dice: "He fallado 12,670 lanzamientos a canasta, he errado 980 tiros libres, he perdido 564 partidos, en 27 ocasiones me confiaron la jugada que decidía el partido y falle´... He fallado una y otra vez. Y por eso... he triunfado". 


LOS ERRORES DEL GANADOR
También Michael Jordan debía de haber pasado todas y cada una de esas veces, por la experiencia de la frustración. En todas aquellas ocasiones, las cosas no salieron como él hubiera deseado. pero lo que más me impresionó fue que él mismo afirmaba el final del anuncio. "Por eso... he triunfado".
No era "a pesar de "haber fallado tantas veces por lo que había triunfado, sino justamente "por eso". Era precisamente esas experiencias -no las otras, más alegres- las que lo habían convertido en uno de los deportistas más grandes de la historia.
Fallar, ser rechazados, fracasar... son los distintos nombres que le ponemos a la experiencia de que las cosas no resulten como habíamos pensado o deseado. Y pasar por esas experiencias es inevitable. Sólo un necio puede creer que siempre conseguirá lo que desea, que siempre acertará, que podrá vivir sin atravesar algo de frustración.
pero aun cuando pudiésemos evitar fracasar... ¿sería deseable? Sostengo que no. Para triunfar -en el sentido de alcanzar aquello que deseamos-, hay que pasar muchas veces por el fracaso, no sólo porque no podemos evitarlo sino porque es justamente con los errores, con los fracasos, con lo que se aprende. Y en la vida todos debemos aprender qué es lo que necesitamos para movernos hacia lo que verdaderamente anhelamos, lo que dará sentido a nuestra vida.
Para decirlo con una imagen que nos es familiar a todos; para aprender a caminar, hay que tolerar algunos tropiezos. La única manera de evitar el riesgo de caerse es... seguir gateando.
Y ¿es obligatorio aprender a caminar? Por supuesto que no, gatear no tiene nada de malo. De hecho, podríamos argumentar que es mucho más seguro -¡el suelo está tan cerca!-. El problema radica en que, si no lo haces, tus posibilidades se restringen. El mundo que puedes alcanzar gateando es mucho más pequeño que el mundo al que tienes acceso cuando puedes moverte sobre dos extremidades. Aprendiendo a andar amplias tus horizontes. 

Si desea expandir las fronteras de tu vida, tendrás que correr el riesgo de ponerte de pie, intentarlo y saber que, tarde o temprano, te darás algún golpe. Y lo mismo puede aplicarse a todos y cada uno de nuestros progresos; la única forma de no cometer errores es no decidir, el único modo de no equivocarse es no intentar nada nuevo. Puedo hacerlo, pero el precio a pagar será el empobrecimiento de mi mundo, la disminución de mis posibilidades.


LA IMPORTANCIA DE NO GENERALIZAR
El crecimiento, dado que implica un aprendizaje, se nutre tanto de los intentos como de los errores. Pero el hecho de comprender que es necesario transitar por esos fracasos no hace que dejen de ser dolorosos. Ni ser elegido para un trabajo, la ruptura o el rechazo de una pareja, el no conseguir un honor, una calificación o un premio son todas vivencias dolorosas. Y lo son. en mayor o menor medida, porque frustran nuestras expectativas o nuestros deseos.
pero la realidad es que evitar a toda costa el dolor no hará más que dejarnos en la inacción. Hay ocasiones en las que la perspectiva de fallar o el simple anticipación del fracaso nos produce tanto malestar que preferimos -dándonos cuanta o no- retirarnos. Renunciamos a nuestros deseos para no encontrarnos siquiera con la posibilidad de no satisfacer nuestras expectativas. Creo que en estas situaciones deberíamos preguntarnos: "¿Qué es lo que estoy evitando?". "¿Qué creo que ocurrirá si fracaso?".
hay muchas respuestas posibles para estas preguntas. Es indudable que existen infinitos motivos personales para que todo este tema nos produzca tanto temor, pero también existen unas creencias generales sobre el fracaso que contribuyen  a la confusión. En primer lugar, están los pensamientos catastrofistas del estilo de. "Nunca más conseguiré un empleo". "nadie me eligirá". "Todo está perdido".
Estas ideas son una generalización que hacemos a partir de un fallo, una equivocación o un rechazo e implican creer equivocadamente que todas las personas desean lo mismo, que todos los trabajos requieen exactamente las mismas aptitudes y que no es posible aprender.
El pensamiento catastrofista conduce a la autocompasión y a posicionamientos victimistas, desde donde es muy difícil construir hacia el futuro.


SUPERAR LA VERGÜENZA
Otra creencia que suele contribuir a nuestros temor a fallar es la de que si fracaso es que soy un fracasado. trasladamos algo referido a una situación y lo aplicamos a todo nuestro ser, con lo que terminamos sintiendo irremisiblemente avergonzados de nosotros mismos.
La vergüenza es una sensación que está íntimamente ligada al fracaso, pues desde pequeños descubrimos que, cuando cometemos un error, rara vez nuestros padres o maestros nos elogian por el intento sino que, en general, nos sancionan por el resultado. Terminamos así creyendo que deberíamos "hacer las cosas bien" desde la primera vez y, al fallar nos sentimos inadecuados, débiles o poca cosa. Lo que es aún peor, si aquella sanción se hizo frente a otros, muy probablemente nos sentiremos estúpidos o humillados e intentemos luego por todos los medios evitar esa vergüenza.
Tanto miedo al castigo como el recuerdo de la vergüenza pueden llevarnos enfermizamente a evitar toda posibilidad de fallar, y ello -puesto que no hay decisiones a prueba de fallos-, a la indecisión y a la inacción. Para complicar el asunto, la vergüenza muchas veces nos impide reconocer el error cometido ante nosotros mismos y ante los demás. Y esa negación del fracaso cierra el circulo al impedir cualquier posibilidad de aprender de los errores cometidos
Una vez más, debemos comprender que todos estos fracasos -los errores, los rechazos, la pérdida de oportunidades- son parte del proceso normal de crecimiento,. Una frase procedente del mundo de los negocios dice; "Cualquier cosa que vale la pena hacer vale la pena hacerla mal".


DISFRUTA DEL PROCESO
Las cosas que son suficientemente importantes como pra que les dediquemos nuestros tiempo son también importantes como para que toleremos el dolor de que no resulten como esperábamos. No se trata entonces de que intentes no fracasar sino de qué harás cuando fracases. A menudo, cuando conseguir la meta se vuelve nuestro único interés y olvidamos el proceso, los resultados nos acompañan a los esfuerzos.
Cuentan que un joven aristócrata deseaba fervientemente convertirse en espadachín. Le habían hablado de un gran maestro de esgrima y había recorrido todos los poblados de la región en su busca. Cuando finalmente lo encontró en una humilde casucha, se arrodilló ante él y beso su mano. -Maestro -le dijo-, te he estado buscando porque deseo ser espadachín.
Ante el silencio que mantenía el maestro, el joven prosiguió:
-Maestro, si estudio con dedicación, ¿cuanto tiempo me llevará convertirme en un hábil espadachín?
El maestro se pasó la mano por su cabellera gris, atada en una coleta, y dijo:
-Diez años, quizás.
El joven se decepcionó, no había pensado que pudiera ser tanto.
-Mi padre es anciano -dijo-, querría que él me viera una vez lo haya logrado. Si me esfuerzo mucho, ¿cuanto tiempo me llevará?
-En ese caso -dijo el maestro- es probable que te lleve treinta años.
El joven estaba confundido, primero diez años, ahora treinta...
-Maestro, haré todo lo que digas, estoy dispuesto a todo. Haré cualquier sacrificio, ¡lo único que deseo es ser espadachín!
-Entonces -dijo el maestro-, deberás estudiar conmigo setenta años.
Ante la mirrada incrédula del joven, el maestro de esgrima se levantó de su silla, lo acompañó hasta la puerta y le dijo: 
-Tú deseas ser espadachín. Cuando desees aprender esgrima, vuelve.


DEMIÁN BUCAY
Médico y terapueta
gestaltico. coordinador
de talleres literarios terapéuticos.

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