H. P. Lovecraft.
Quedaban pocos moradores en la decadente población de Daalbergen. Los habitantes del pueblo creían que mi tío, el reverendo Vanderhoof, no estaba realmente muerto, sino que se hallaba suspendido en algún lugar entre el cielo y el infierno por causa de una maldición que había recibido del viejo sacristán.
Después de lo que me ocorrió a mi, terminé pensando igual que los aldeanos. Sé que el viejo sacristán enterró a Vanderhoof en una tumba, pero también sé que no está muerto.
Llegue a la aislada y pequeña población de Daalbergen el cuatro de octubre- Había recibido una carta informándome de la muerte de mi tío. Mark Haines fue el que me envió el recado y, cuando llegué con él, me contó la historia de la muerte del reverendo Vanderhoof, mi tío:
-Debo tener cuidado cada vez que me encuentro con Abel Foster, ese viejo sacristán ha hecho un pacto con el diablo -comenzó a relatar con misterio-, Hace dos semanas el prior Sam pasaba por el cementerio y lo escuchó hablando con los muertos... ¡y ellos le respondían con voces profundas y apagadas! Su tumba predilecta es la del reverendo Slott. Siempre se le ha visto por ahí.
El viejo Foster llegó a esta aldea hace diez años, pues Vanderhoof lo había contratado para que cuidase la húmeda iglesia de piedra.
Nadie lo ha querido nunca; siempre lo veiamos cuidando las hierbas del cementerio y arreglando las flores de las tumbas, en especial la de William Slott, el primer pastor que tuvo la iglesia en 1701.
Poco después de que llegara Foster al pueblo, comenzaron las desgracias. Se cerró la mina donde trabajaban los hombres y más de la mitad de la gente abandonó la aldea. Los feligreses murmuraban que el reverendo Vanderhoof había hecho un pacto con el diablo, que difundía ideas infernales en los sermones extraños y grotescos que daba en la iglesia, los cuales estaban llenos de palabras siniestras. Hablaba a la gente, llevándola, a través del miedo, a creer en espíritus odiosos e invisibles y llenando sus cabezas de obsesiones nocturnas. Poco a poco las personas dejaron de asistir a las misas. Vanderhoof parecía obligado a cumplir alguna promesa; actuaba de forma muy extraña continuando con sus fantasmales sermones. Pasado el tiempo, ya nadie se se atrevía ni siquiera a acercarse a la iglesia o a la casa parroquial, donde seguía viviendo mi tío con el viejo sacristán, se oscuro y demoníaco que no hablaba con nadie y que miraba de forma maligna a quien se cruzara en su camino.
Se decía que él había hecho aceptar a Vanderhoof la tutela del diablo. El cementerio se mantenía verde y hermoso al lado de la espantosa iglesia medieval; ahí veían trabajando de vez en vez a Foster, y los que pasaban suficientemente ceca aseguraban que tenía conversaciones fluidas con el demonio y los espíritus del cementerio. Una mañana lo vieron cavar una fosa, justo donde la sombra del campanario caía por las tardes. Al rato, las campanas de la iglesia, que no se habían tocado en meses, resonaron solemnemente durante tres horas. Los que se acercaron para observar desde lejos, vieron cómo Foster sacaba un ataúd de la casa parroquial para depositarlo en la fosa y cubrir el agujero con tierra y extrañas hierbas.
El sacristán acudió al pueblo al día siguiente, contó que Vanderhoof había muerto y que había sido enterrado junto a la tumba del reverendo Slott, a un lado del muro de la iglesia; parecía que la muerte de Vanderhoof le causaba una alegría perversa y diabólica. El viejo sacristán tenía ahora las manos libres para lanzar abominables hechizos contra la aldea, desde el interior de la iglesia.
Susurrando palabras en una lengua muerta, Foster regresó para atravesar el pantano y entrar a su iglesia. Fue entonces cuando Mark Haines decidió llamarme. Esto era lo que había sucedido.
-¿Que tan lejos está la iglesia de aquí? ¿Usted cree que llegaría antes del anochecer? -le pregunté al hombre que me había contado la historia.
-¡Por nada de este mundo puede ir ahí en plena noche! ¡Ni se le ocurra, es una locura! -exclamó exaltado.
Me reí de su miedo, en realidad yo atribuía todo lo que me había contado a la ignorancia, propia de aquellos hombres que viven en aldeas muy apartadas de la civilización.
Viendo que yo estaba decidico a ir a la iglesia antes de que llegara la noche. Haines me dio todas las instrucciones para llegar y me estrechó la mano como si nunca fuera a volver a verme.
Sali de la casa de mark haines. Apenas caminé un par de cuadras cuando vi el terreno baldío, lleno de una maleza extraña que hundía sus raíces en el viscoso suelo que exhalaba vapor, el cual me había dicho que cruzara. Una vez que atravesé el pantano, di vuelta a la izquierda y tomé un camino decorado con chozas lúgubres dibujadas a lo lejos. Los olores miasmáticos del pantano infectaban el aire húmedo y frío; caminé más rápido para abandonar ese tétrico paisaje. El sol ya caía sobre la cima de las montañas bañándolas con resplandores ensangrentados. Vi a lo lejos esa masa de piedra que era la iglesia, parecía un ídolo que adoraban las tumbas. Comencé a sentir un miedo que nunca había experimentado. En las sombras del muro de la iglesia observé algo blanco, sin forma definida. Conforme me acercaba vi que era una cruz de madera muy nueva que coronaba una montaña de tierra recién removida. Supe que era la tumba de mi tío, Lo que me asustó es que no parecía un sepulcro muerto, sino una tumba viva.
No había ninguna señal de vida; entonces seguí caminado hasta la casa parroquial y golpeé la puerta; nadie me respondió. Tenía que rodear la casa. me asomé por una ventana.No había luz ni sonido, se veía enteramente abandonada. La noche había caído de imprevisto sumiendo todo en la negrura; apenas podía ver delante de mí. El ambiente estaba en calma, no había ni un soplo de viento. La tranquilidad era sepulcral y se podía sentir como volaban temibles espíritus. Me quedé parado, esperando que algo horrible pasara, cuando divisé dos luces en el campanario. Avancé con precaución en la oscuridad hasta encontrar una puerta entreabierta en la iglesia por la cual me introduje. El interior estaba lleno de un olor antiguo y mohoso y cubierto de una suciedad fría, húmeda. Una canción como de borracho venía desde la luz que surgía en la negrura del muro más lejano del interior de la iglesia; era una claridad muy tenue, se adivinaba por debajo de una puerta. De pronto la canción se detuvo y reinó el silencio más completo. El corazón me latía con rapidez, sentí como me saltaban las sienes; estaba poseído por un indecible espanto. Fui tanteando las paredes hasta llegar a la puerta de la cual provenía la claridad; estaba cerrada. Golpeé varias veces sin encontrar ninguna respuesta; violé la cerradura con una navaja y pude entrar. Una luz suave con olor a whiskey inundaba el lugar. escuché algo que se movía en la habitación de la torre, arriba de mí. Ascendí con cuidado por las escaleras. La pequeña recámara estaba llena de libros viejos,manuscritos llenos de polvo... objetos extraños de una edad increiblemente antigua, cosas terroríficas encerradas en jarras de cristal... serpientes, lagartos y murciélagos, gallos disecados. Moho y telarañas se habían adueñado del lugar. detrás de una mesita había una vela encendida iluminando un inmóvil rostro demacrado y consumido, con ojos salvajes mirando al vacio. Era Abel Foster, el viejo sacristán. No se movía ni hablaba. Me acerqué a él.
-¿Señor Foster? -pregunté temblando de miedo, mientras mis palabras hacían eco en la habitación.
No hubo respuesta ni movimiento alguno. Me aproximé para sacudirlo y comprobar si estaba vivo. Apenas lo toqué, comenzó a gritar:
-¡No! ¡No me toques! ¡Atrás, atrás! -exclamaba lleno de un terror incomprensible.
Le dije quién era y por qué había ido a visitarlo. Se tranquilizó; por fin las palabras salieron de su boca:
-Creí que era él, pensé que había vuelto. Está tratando de hacerlo, está tratando de salir desde que lo metí ahí adentro. ¡Quizá haya logrado salir! ¡A lo mejor ya viene para acá!
-¿Quién, señor Foster, quién? -le pregunté atemorizado.
-¡Vaderhoof! -aulló como un loco-. ¡La cruz de su tumba se cae por las noches! Todas las mañanas su tierra está removida. Va a escaparse y no habrá poder capaz de impedirlo -explicó temblando, presa de un terror mortal.
Me sentía mareado, abrí una ventana para dejar que entrara el aire y pide ver cómo la luna alumbraba la tumba de Vanderhoof de forma difusa. Miré dos veces, ¡la cruz estaba ladeada! Recordaba haberla visto perfectamente vertical hacía unos minutos. El miedo se apoderó de mí.
-Así que ers el sobrino de vanderhoof, pues entonces tienes derecho a saber qué es lo que ha sucedido, ya que pronto volverá a buscarme. ¿Ves todos estos papeles y libros? Eran del reverendo Slott, los usaba para hacer magia negra., primero predicaba a la gente, luego subía aquí para hacer terribles hechizos demomiacos con los seres muertos que ves en las jarras y lanzar maldiciones a la humanidad. Sólo yo sabía de sus actividades de ocultismo. Cuando él murió vinea buscar todas sus cosas y secretos en este campanario; pronto aprendí a realizar hborribles rituales del credo infernal, lanzando la maldición sobre el pueblo y sus habitantes. Hechicé a Vanderhoof y lo hice predicar la palabra negra en sus sermones de la iglesia y después... ¡me apoderé de su alma y la guardé en una botella negra! ¡Enterré su cuerpo! pero a falta de alma no puede ir ni al cielo ni al infierno. ¡Puedo escuchar cómo se abre camino a través de la tierra! -explicó, riéndose como un diablo con los ojos encendidos.
Me asomé a la ventana para tomar aire, estaba a punto de desmayarme. Cuál no fue mi sorpresa al ver que la cruz estaba tirada en el piso.
-¿Donde está la botella con el alma de mi tío Vanderhoof? -le pregunté amenazadoramente, pues había visto dos botellas negras en una repisa.
-¡Nunca te lo diré! -gritó, al tiempo que susurraba extrañas palabras en vos muy bajas.
Todo comenzó a volverse gris ante mis ojos, como si me estuvieran arrancando algo del corazón para hacerlo salir por la garganta. Con fuerza sobrehumana me lancé sobre el viejo Foster y lo tomé por el cuello. Forcejeé con él haciendo que una de las botellas se cayera al piso mientras yo me apoderaba de la otra. Un estallido azul de azufre llenó el ambiente mientras una nubecita blanca se iba por la ventana a toda velocidad.
-¡Maldito seas, miserable, maldito seas! -rugió mientras su cara se volvía negra verdosa-, ésa era mi alma, el reverendo Slott la puso ahí hace más de doscientos años.
Su carne sufrió un espantoso cambio del negro al amarillo opaco, su cuerpo se desmoronó.
La botella que tenía en la mano se estaba poniendo muy caliente, resplandecía con una débil fosforescencia. Con mucho miedo la dejé sobre la mesa. Llegó hasta mis oídos el ruido de la tierra removida, me llené de pánico más terrorífico que jamas haya sentido y salí corriendo por las puertas del campanario y la iglesia.
Una sombra gigante, negra y espantosa, salía de la tumba de mi tío y avanzaba con dificultad hacia la iglesia. Huí a toda velocidad y estuve escondido en el pantano el resto de la noche.
A la mañana siguiente -mañana gris con llovizna y llena de extraños presagios-. acompañado de algunos aldeanos, vi que la tumba del reverendo Vanderhoof estaba abierta. La botella que había dejado en la mesa hjabía desaparecido y los restos de Abel Foster seguían ahí, infernalmente descompuestos.
Quemamos todos los papeles del campanario; tiramos la cruz de mi tío dentro de la tumba y la tapamos. Aún hoy puede verse a ese cuerpo en pena. En las noches de luna llena pasea por el cementerio una figura que sostiene una botella y camina sin dirección.
domingo, 29 de enero de 2012
miércoles, 25 de enero de 2012
Aprender de los fracasos
Las desilusiones, los errores o los rechazos son la materia prima de eso que muchos llaman fracaso. Queremos evitarlo a toda costa porque es doloroso y porque tememos convertirnos en "perdedores" para siempre. pero las personas que consiguen lo que desean nos enseñan todo lo contrario, que eso sólo es posible tras una larga lista de intentos infructuosos. Y, sobre todo, tras reconocer y admitir el fracaso, y aprender de él para volver a intentarlo con deseos renovados.
Hace algunos años, vi una publicidad de una conocida marca de indumentaria deportiva que he recordado desde entonces. En ella se ve a Michael Jordan -seguramente el mejor jugador de baloncesto de la historia- caminando con lentitud por un corredor apenas iluminado. Viste con traje oscuro, lleva gafas negras y se le nota abatido. Mientras avanza, se escucha su voz que pausadamente dice: "He fallado 12,670 lanzamientos a canasta, he errado 980 tiros libres, he perdido 564 partidos, en 27 ocasiones me confiaron la jugada que decidía el partido y falle´... He fallado una y otra vez. Y por eso... he triunfado".
LOS ERRORES DEL GANADOR
También Michael Jordan debía de haber pasado todas y cada una de esas veces, por la experiencia de la frustración. En todas aquellas ocasiones, las cosas no salieron como él hubiera deseado. pero lo que más me impresionó fue que él mismo afirmaba el final del anuncio. "Por eso... he triunfado".
No era "a pesar de "haber fallado tantas veces por lo que había triunfado, sino justamente "por eso". Era precisamente esas experiencias -no las otras, más alegres- las que lo habían convertido en uno de los deportistas más grandes de la historia.
Fallar, ser rechazados, fracasar... son los distintos nombres que le ponemos a la experiencia de que las cosas no resulten como habíamos pensado o deseado. Y pasar por esas experiencias es inevitable. Sólo un necio puede creer que siempre conseguirá lo que desea, que siempre acertará, que podrá vivir sin atravesar algo de frustración.
pero aun cuando pudiésemos evitar fracasar... ¿sería deseable? Sostengo que no. Para triunfar -en el sentido de alcanzar aquello que deseamos-, hay que pasar muchas veces por el fracaso, no sólo porque no podemos evitarlo sino porque es justamente con los errores, con los fracasos, con lo que se aprende. Y en la vida todos debemos aprender qué es lo que necesitamos para movernos hacia lo que verdaderamente anhelamos, lo que dará sentido a nuestra vida.
Para decirlo con una imagen que nos es familiar a todos; para aprender a caminar, hay que tolerar algunos tropiezos. La única manera de evitar el riesgo de caerse es... seguir gateando.
Y ¿es obligatorio aprender a caminar? Por supuesto que no, gatear no tiene nada de malo. De hecho, podríamos argumentar que es mucho más seguro -¡el suelo está tan cerca!-. El problema radica en que, si no lo haces, tus posibilidades se restringen. El mundo que puedes alcanzar gateando es mucho más pequeño que el mundo al que tienes acceso cuando puedes moverte sobre dos extremidades. Aprendiendo a andar amplias tus horizontes.
Si desea expandir las fronteras de tu vida, tendrás que correr el riesgo de ponerte de pie, intentarlo y saber que, tarde o temprano, te darás algún golpe. Y lo mismo puede aplicarse a todos y cada uno de nuestros progresos; la única forma de no cometer errores es no decidir, el único modo de no equivocarse es no intentar nada nuevo. Puedo hacerlo, pero el precio a pagar será el empobrecimiento de mi mundo, la disminución de mis posibilidades.
LA IMPORTANCIA DE NO GENERALIZAR
El crecimiento, dado que implica un aprendizaje, se nutre tanto de los intentos como de los errores. Pero el hecho de comprender que es necesario transitar por esos fracasos no hace que dejen de ser dolorosos. Ni ser elegido para un trabajo, la ruptura o el rechazo de una pareja, el no conseguir un honor, una calificación o un premio son todas vivencias dolorosas. Y lo son. en mayor o menor medida, porque frustran nuestras expectativas o nuestros deseos.
pero la realidad es que evitar a toda costa el dolor no hará más que dejarnos en la inacción. Hay ocasiones en las que la perspectiva de fallar o el simple anticipación del fracaso nos produce tanto malestar que preferimos -dándonos cuanta o no- retirarnos. Renunciamos a nuestros deseos para no encontrarnos siquiera con la posibilidad de no satisfacer nuestras expectativas. Creo que en estas situaciones deberíamos preguntarnos: "¿Qué es lo que estoy evitando?". "¿Qué creo que ocurrirá si fracaso?".
hay muchas respuestas posibles para estas preguntas. Es indudable que existen infinitos motivos personales para que todo este tema nos produzca tanto temor, pero también existen unas creencias generales sobre el fracaso que contribuyen a la confusión. En primer lugar, están los pensamientos catastrofistas del estilo de. "Nunca más conseguiré un empleo". "nadie me eligirá". "Todo está perdido".
Estas ideas son una generalización que hacemos a partir de un fallo, una equivocación o un rechazo e implican creer equivocadamente que todas las personas desean lo mismo, que todos los trabajos requieen exactamente las mismas aptitudes y que no es posible aprender.
El pensamiento catastrofista conduce a la autocompasión y a posicionamientos victimistas, desde donde es muy difícil construir hacia el futuro.
SUPERAR LA VERGÜENZA
Otra creencia que suele contribuir a nuestros temor a fallar es la de que si fracaso es que soy un fracasado. trasladamos algo referido a una situación y lo aplicamos a todo nuestro ser, con lo que terminamos sintiendo irremisiblemente avergonzados de nosotros mismos.
La vergüenza es una sensación que está íntimamente ligada al fracaso, pues desde pequeños descubrimos que, cuando cometemos un error, rara vez nuestros padres o maestros nos elogian por el intento sino que, en general, nos sancionan por el resultado. Terminamos así creyendo que deberíamos "hacer las cosas bien" desde la primera vez y, al fallar nos sentimos inadecuados, débiles o poca cosa. Lo que es aún peor, si aquella sanción se hizo frente a otros, muy probablemente nos sentiremos estúpidos o humillados e intentemos luego por todos los medios evitar esa vergüenza.
Tanto miedo al castigo como el recuerdo de la vergüenza pueden llevarnos enfermizamente a evitar toda posibilidad de fallar, y ello -puesto que no hay decisiones a prueba de fallos-, a la indecisión y a la inacción. Para complicar el asunto, la vergüenza muchas veces nos impide reconocer el error cometido ante nosotros mismos y ante los demás. Y esa negación del fracaso cierra el circulo al impedir cualquier posibilidad de aprender de los errores cometidos
Una vez más, debemos comprender que todos estos fracasos -los errores, los rechazos, la pérdida de oportunidades- son parte del proceso normal de crecimiento,. Una frase procedente del mundo de los negocios dice; "Cualquier cosa que vale la pena hacer vale la pena hacerla mal".
DISFRUTA DEL PROCESO
Las cosas que son suficientemente importantes como pra que les dediquemos nuestros tiempo son también importantes como para que toleremos el dolor de que no resulten como esperábamos. No se trata entonces de que intentes no fracasar sino de qué harás cuando fracases. A menudo, cuando conseguir la meta se vuelve nuestro único interés y olvidamos el proceso, los resultados nos acompañan a los esfuerzos.
Cuentan que un joven aristócrata deseaba fervientemente convertirse en espadachín. Le habían hablado de un gran maestro de esgrima y había recorrido todos los poblados de la región en su busca. Cuando finalmente lo encontró en una humilde casucha, se arrodilló ante él y beso su mano. -Maestro -le dijo-, te he estado buscando porque deseo ser espadachín.
Ante el silencio que mantenía el maestro, el joven prosiguió:
-Maestro, si estudio con dedicación, ¿cuanto tiempo me llevará convertirme en un hábil espadachín?
El maestro se pasó la mano por su cabellera gris, atada en una coleta, y dijo:
-Diez años, quizás.
El joven se decepcionó, no había pensado que pudiera ser tanto.
-Mi padre es anciano -dijo-, querría que él me viera una vez lo haya logrado. Si me esfuerzo mucho, ¿cuanto tiempo me llevará?
-En ese caso -dijo el maestro- es probable que te lleve treinta años.
El joven estaba confundido, primero diez años, ahora treinta...
-Maestro, haré todo lo que digas, estoy dispuesto a todo. Haré cualquier sacrificio, ¡lo único que deseo es ser espadachín!
-Entonces -dijo el maestro-, deberás estudiar conmigo setenta años.
Ante la mirrada incrédula del joven, el maestro de esgrima se levantó de su silla, lo acompañó hasta la puerta y le dijo:
-Tú deseas ser espadachín. Cuando desees aprender esgrima, vuelve.
DEMIÁN BUCAY
Médico y terapueta
gestaltico. coordinador
de talleres literarios terapéuticos.
Hace algunos años, vi una publicidad de una conocida marca de indumentaria deportiva que he recordado desde entonces. En ella se ve a Michael Jordan -seguramente el mejor jugador de baloncesto de la historia- caminando con lentitud por un corredor apenas iluminado. Viste con traje oscuro, lleva gafas negras y se le nota abatido. Mientras avanza, se escucha su voz que pausadamente dice: "He fallado 12,670 lanzamientos a canasta, he errado 980 tiros libres, he perdido 564 partidos, en 27 ocasiones me confiaron la jugada que decidía el partido y falle´... He fallado una y otra vez. Y por eso... he triunfado".
LOS ERRORES DEL GANADOR
También Michael Jordan debía de haber pasado todas y cada una de esas veces, por la experiencia de la frustración. En todas aquellas ocasiones, las cosas no salieron como él hubiera deseado. pero lo que más me impresionó fue que él mismo afirmaba el final del anuncio. "Por eso... he triunfado".
No era "a pesar de "haber fallado tantas veces por lo que había triunfado, sino justamente "por eso". Era precisamente esas experiencias -no las otras, más alegres- las que lo habían convertido en uno de los deportistas más grandes de la historia.
Fallar, ser rechazados, fracasar... son los distintos nombres que le ponemos a la experiencia de que las cosas no resulten como habíamos pensado o deseado. Y pasar por esas experiencias es inevitable. Sólo un necio puede creer que siempre conseguirá lo que desea, que siempre acertará, que podrá vivir sin atravesar algo de frustración.
pero aun cuando pudiésemos evitar fracasar... ¿sería deseable? Sostengo que no. Para triunfar -en el sentido de alcanzar aquello que deseamos-, hay que pasar muchas veces por el fracaso, no sólo porque no podemos evitarlo sino porque es justamente con los errores, con los fracasos, con lo que se aprende. Y en la vida todos debemos aprender qué es lo que necesitamos para movernos hacia lo que verdaderamente anhelamos, lo que dará sentido a nuestra vida.
Para decirlo con una imagen que nos es familiar a todos; para aprender a caminar, hay que tolerar algunos tropiezos. La única manera de evitar el riesgo de caerse es... seguir gateando.
Y ¿es obligatorio aprender a caminar? Por supuesto que no, gatear no tiene nada de malo. De hecho, podríamos argumentar que es mucho más seguro -¡el suelo está tan cerca!-. El problema radica en que, si no lo haces, tus posibilidades se restringen. El mundo que puedes alcanzar gateando es mucho más pequeño que el mundo al que tienes acceso cuando puedes moverte sobre dos extremidades. Aprendiendo a andar amplias tus horizontes.
Si desea expandir las fronteras de tu vida, tendrás que correr el riesgo de ponerte de pie, intentarlo y saber que, tarde o temprano, te darás algún golpe. Y lo mismo puede aplicarse a todos y cada uno de nuestros progresos; la única forma de no cometer errores es no decidir, el único modo de no equivocarse es no intentar nada nuevo. Puedo hacerlo, pero el precio a pagar será el empobrecimiento de mi mundo, la disminución de mis posibilidades.
LA IMPORTANCIA DE NO GENERALIZAR
El crecimiento, dado que implica un aprendizaje, se nutre tanto de los intentos como de los errores. Pero el hecho de comprender que es necesario transitar por esos fracasos no hace que dejen de ser dolorosos. Ni ser elegido para un trabajo, la ruptura o el rechazo de una pareja, el no conseguir un honor, una calificación o un premio son todas vivencias dolorosas. Y lo son. en mayor o menor medida, porque frustran nuestras expectativas o nuestros deseos.
pero la realidad es que evitar a toda costa el dolor no hará más que dejarnos en la inacción. Hay ocasiones en las que la perspectiva de fallar o el simple anticipación del fracaso nos produce tanto malestar que preferimos -dándonos cuanta o no- retirarnos. Renunciamos a nuestros deseos para no encontrarnos siquiera con la posibilidad de no satisfacer nuestras expectativas. Creo que en estas situaciones deberíamos preguntarnos: "¿Qué es lo que estoy evitando?". "¿Qué creo que ocurrirá si fracaso?".
hay muchas respuestas posibles para estas preguntas. Es indudable que existen infinitos motivos personales para que todo este tema nos produzca tanto temor, pero también existen unas creencias generales sobre el fracaso que contribuyen a la confusión. En primer lugar, están los pensamientos catastrofistas del estilo de. "Nunca más conseguiré un empleo". "nadie me eligirá". "Todo está perdido".
Estas ideas son una generalización que hacemos a partir de un fallo, una equivocación o un rechazo e implican creer equivocadamente que todas las personas desean lo mismo, que todos los trabajos requieen exactamente las mismas aptitudes y que no es posible aprender.
El pensamiento catastrofista conduce a la autocompasión y a posicionamientos victimistas, desde donde es muy difícil construir hacia el futuro.
SUPERAR LA VERGÜENZA
Otra creencia que suele contribuir a nuestros temor a fallar es la de que si fracaso es que soy un fracasado. trasladamos algo referido a una situación y lo aplicamos a todo nuestro ser, con lo que terminamos sintiendo irremisiblemente avergonzados de nosotros mismos.
La vergüenza es una sensación que está íntimamente ligada al fracaso, pues desde pequeños descubrimos que, cuando cometemos un error, rara vez nuestros padres o maestros nos elogian por el intento sino que, en general, nos sancionan por el resultado. Terminamos así creyendo que deberíamos "hacer las cosas bien" desde la primera vez y, al fallar nos sentimos inadecuados, débiles o poca cosa. Lo que es aún peor, si aquella sanción se hizo frente a otros, muy probablemente nos sentiremos estúpidos o humillados e intentemos luego por todos los medios evitar esa vergüenza.
Tanto miedo al castigo como el recuerdo de la vergüenza pueden llevarnos enfermizamente a evitar toda posibilidad de fallar, y ello -puesto que no hay decisiones a prueba de fallos-, a la indecisión y a la inacción. Para complicar el asunto, la vergüenza muchas veces nos impide reconocer el error cometido ante nosotros mismos y ante los demás. Y esa negación del fracaso cierra el circulo al impedir cualquier posibilidad de aprender de los errores cometidos
Una vez más, debemos comprender que todos estos fracasos -los errores, los rechazos, la pérdida de oportunidades- son parte del proceso normal de crecimiento,. Una frase procedente del mundo de los negocios dice; "Cualquier cosa que vale la pena hacer vale la pena hacerla mal".
DISFRUTA DEL PROCESO
Las cosas que son suficientemente importantes como pra que les dediquemos nuestros tiempo son también importantes como para que toleremos el dolor de que no resulten como esperábamos. No se trata entonces de que intentes no fracasar sino de qué harás cuando fracases. A menudo, cuando conseguir la meta se vuelve nuestro único interés y olvidamos el proceso, los resultados nos acompañan a los esfuerzos.
Cuentan que un joven aristócrata deseaba fervientemente convertirse en espadachín. Le habían hablado de un gran maestro de esgrima y había recorrido todos los poblados de la región en su busca. Cuando finalmente lo encontró en una humilde casucha, se arrodilló ante él y beso su mano. -Maestro -le dijo-, te he estado buscando porque deseo ser espadachín.
Ante el silencio que mantenía el maestro, el joven prosiguió:
-Maestro, si estudio con dedicación, ¿cuanto tiempo me llevará convertirme en un hábil espadachín?
El maestro se pasó la mano por su cabellera gris, atada en una coleta, y dijo:
-Diez años, quizás.
El joven se decepcionó, no había pensado que pudiera ser tanto.
-Mi padre es anciano -dijo-, querría que él me viera una vez lo haya logrado. Si me esfuerzo mucho, ¿cuanto tiempo me llevará?
-En ese caso -dijo el maestro- es probable que te lleve treinta años.
El joven estaba confundido, primero diez años, ahora treinta...
-Maestro, haré todo lo que digas, estoy dispuesto a todo. Haré cualquier sacrificio, ¡lo único que deseo es ser espadachín!
-Entonces -dijo el maestro-, deberás estudiar conmigo setenta años.
Ante la mirrada incrédula del joven, el maestro de esgrima se levantó de su silla, lo acompañó hasta la puerta y le dijo:
-Tú deseas ser espadachín. Cuando desees aprender esgrima, vuelve.
DEMIÁN BUCAY
Médico y terapueta
gestaltico. coordinador
de talleres literarios terapéuticos.
El poder de las palabras en el sexo
Alejandro se consideraba un amante perfecto. Por eso, no podía entender que su pareja estuviese insatisfecha con sus relaciones sexuales. ¿Qué podía fallar si él la complacía en todo? Lo que él no tenía en cuenta era la necesidad de las palabras en todo encuentro sexual.
Llegó puntual al bar de la plaza comercial, donde tenía que encontrarse con Alicia. Miró el reloj y decidió esperarla antes de llamar al camarero, abrió el periódico con la idea de echarle un vistazo pero, nada más leer el primer titular, la vio llegar. Venía como siempre, con su paso ágil y alegre.
-Hola Alejandro, espero no llegar tarde. ¿Te has quitado la barba? -dijo de corrido.
-No llegas tarde, sí me he quitado la barba y tú estas guapísima -le dijo al tiempo que se ponía de pie para darle un beso.
Para cualquier persona que estuviera observando la calidez de la escena, este encuentro no tendría nada de particular imaginaría que se trataba de una pareja o de dos amigos que se habían citado para tomar café. Ese observador casual no notaría nada extraño, porque lo que no sabría es que Alñejandro y Alicia habían estado casados diez años y llevaban seis separados.
Se conocieron en el instituto cuando eran unos chiquillos. Poco después, llegó el noviazgo. La boda fue consecuencia lógica y esperada en una pareja que se llevaba ¡tan bien!, que eran ¡tan amigos!
Compraron casa, su coche, tuvieron un niño y un perro, pero el problema fue justamente ése, el hecho de que eran ¡tan amigos!
Y un buen día se dieron cuenta que estaban viviendo como hermanos, que se querían mucho pero que a los dos les faltaba algo en su vínculo. Y así fue como, con la misma amistad y afecto con el que habían convivido, tomaron la decisión de separarse. Se encontraban con frecuencia, sobre todo debido a que tenían un hijo en común al que ambos amaban profundamente. ese día en particular tenían que verse porque Alejandro tenía unos libros para el pequeño Diego.
Hablaron un rato de los libros, llegó el camarero, pidieron un café y una infusión, hicieron algunos comentarios acerca de otros temas, hasta que en un momento dado, Alicia lo miro y, bajando la voz, le preguntó:
-Alejandro, ¿todo va bien?
-Sí claro, todo está en orden -contestó él sin apartar la vista el café-
-Venga, Alejandro, que nos conocemos. Mírame y dime que es lo que pasa -Insistió ella.
-Bueno, evidentemente, no puedo ocultar nada. Me pasa que estpy preocupado por mi relación con Cristina, eso es todo.
A los dos años de la separación, Alicia había vuelto a vivir en pareja con otra persona. Y Alejandro, después de algunas relaciones no muy duraderas, finalmente hacia un año que convivía con Cristina.
-No me digas que eso es todo. Tú no estás bien, ¿puedo ayudarte? -preguntó Alicia sinceramente preocupada.
-No me puedes ayudar porque el problema lo tiene ella, no lo tengo yo -dijo Alejandro al tiempo que llamaba al camarero para pedir otra bebida.
-¿No quieres contármelo? -le invitó ella con un tono muy afectuoso.
-Sí, a ti puedo decírtelo. Lo que pasa es que, no sé, siento que Cristina no disfruta del todo con el sexo y lo noto cada vez más.
-¿Le has preguntado qué le pasa?
-Sí, pero dice que son ideas mías. Que todo está bien, pero yo me doy cuenta de que no es verdad, que algo le falta. Alicia, a ti no tengo que contarte la importancia que le doy a la vida , sabes cuánto me ocupo de que la mujer dusfrute, pero con ella no entiendo que pasa.
-Quizás realmente le falte algo -insinuó.
-¡Por favor Alicia, no me digas eso! Tu sabes mejor qye nadie que soy un buen amante -replicó él con cierto tono de indignación.
Ella giro la cabeza, miró por la ventana un momento y, luego, volviendo la mirada hacía él, se decidió a confesarle:
-Alejandro, tú eres técnicamente un experto, pero... no eres un buen amante.
Su ex marido se quedo paralizado, ni en sueños esperaba escuchar algo semejante.
-¿Cómo que no soy un buen amante? -pregunto incrédulo
-No, Alejandro, no lo eres, y siento muchísimo tener que decírtelo, pero creo que soy la única persona que puede hacerlo y te quiero demasiado como para callarme.
-Pues tú nunca te has quejado -dijo él visiblemente molesto.
-No ironices y escúchame. No me quejaba porque si bien sentía que me faltaba algo, pensaba que eran cosas mías porque tú lo hacías todo de maravilla. Conoces el cuerpo de una mujer como pocos, sabes dónde y cómo tocar, manejas la intensidad. De verdad eres un especialista, pero... -dijo Alicia sin poder finalizar el discurso ante la impaciencia de Alejandro.
-Entonces, ¿cómo dices que no soy un buen amante?, ¿que es lo que falta? -pregunto visiblemente ofendido.
-Faltan palabras. En el sexo tú eres mudo, Alejandro -y se calló con la mirada clavada en los ojos de él.
-¿qué dices? ¿Cómo que me faltan palabras? -preguntó ahora confuso.
-Si, Alejandro, tú no hablas durante la relación, es más, de tu boca no sale nada, salvo un suspiro en el orgasmo. El sexo contigo es pulcramente perfecto, pero es frío no tiene magia. le falta el encuentro y la complicidad que dan las cosas apenas susurradas y la carga erótica de las expresiones de placer.
Las mujeres somos muy auditivas durante la relación sexual, y tú das todo, menos sonidos -y se calló, midiendo atentamente la reacción de Alejandro.
-¿Hablar más? Pero, ¿qué tengo que decir?
No sé, Alicia, no entiendo de qué se trata.
-Se trata de que en la relación estés presente todo tú, como lo haces en cualquier otra actividad a la que te entregues con alguien. Contigo, están unas manos que acarician con destreza y una boca que besa en el sitio indicado, pero no estás tú. Entonces, la sexualidad es de una maestría digna de una película porno, pero no hay un verdadero encuentro, ¿comprendes?. El buen sexo incluye también la comunicación verbal.
Él se sentía desconcertado. Se quedó pensativo y reparó en que, alguna que otra vez, Cristina le había pedido que hablara más. pero no sabía a qué se refería.
Habló un largo rato con Alicia, y Alejandro empezó a darse cuenta de que al estar "mudo" en sus relaciones, anulaba una parte de si mismo. Él no quería eso; lo que quería era estar más cerca de la mujer que amaba. Y ahora sabía que las palabras iban a ser ese puente que le llevaría más cerca de ella.
PONERLE VOZ AL SEXO
Encontrarse con la pareja
El problema de la ausencia de palabras es que la relación sexual se puede transformar en algo con una gran carga erótica, pero sin pleno encuentro de pareja. Corremos el riesgo de convertir nuestra sexualidad nuestra sexualidad en algo puramente táctil, donde cada uno esté en su propio cuerpo y su propio disfrute, donde el otro sea una herramienta de placer, perfectamente reemplazable por cualquier persona con la que tuviésemos el mismo nivel de confianza. En sintesís, sin palabras, en el encuentro se transforma en una relación anónima sólo que con un grado muy alto de confianza que facilita el erotismo.
Amar con los cinco sentidos
La sexualidad es probablemente el acto en el que ponemos más en juego toda nuestra actividad sensorial. Durante la relación sexual nos estimulamos con el tacto, la vista, el olfato, el gusto y, por supuesto, el oído. Porque así como nos excita tocar, ver y oler, también nos estimulan el sabor de los fluidos corporales y, por supuesto, las palabras, las manifestaciones de placer expresadas verbalmente. Tanto es así que sólo con lo que oímos podemos llegar a un grado altísimo de excitación erótica.
Hablar de lo que haremos
A la mujer le estimula muchísimo lo que escucha durante la relación sexual y al hombre le suele estimular más lo que escucha antes del propio encuentro, porque generalmente, durante el acto sexual,las mujeres son más auditivas y los hombres, más visuales. Jugar con la pareja hablando de lo que vamos hacer por la noche o mañana por la mañana es una manera de que el estímulo esté presente en todo momento. Así que bienvenido también el verbo antes de la relación sexual por su potencial sensual.
Crear complicidad
Muchas veces, cuando hablamos de comunicación sexual, entendemos como tal el hablar de lo que nos gusta o no en el sexo, pensamos que es el ponernos de acuerdo con nuestra pareja en el tipo de sexualidad que queremos... pero eso es únicamente una parte de la comunicación sexual que tiene que ver con el intercambio de información. pero, luego, está la parte que se refiere al encuentro, a la complicidad, al juego y a la magia. Cuando las manos que me tocan tienen la voz de mi pareja y las caricias están dirigidas a mí, porque así lo expresan sus cálidas palabras, ya no son sólo unas manos acariciando un cuerpo, es toda la persona amada la que acaricia.
Decir lo que te gusta
También son importantes las palabras al acabar la relación sexual; para comentar ese pequeño mordisco que tanto nos ha gustado, esa caricia imprevista que nos ha arrancado un suspiro, para reírnos incluso si las cosas no han salido totalmente como esperábamos... Las palabras pueden ser el colofón perfecto del acto amoroso, ssirven para comunicarnos el una al otro aquello que más nos ha gustado y que esperamos que se repita, y crean la complicidad necesaria en la pareja.
Las palabras sobre el papel
El efecto que puede tener una carta erótica dirigida a la pareja es muy poderoso. Por un lado, nos ayuda a desinhibirnos si nos cuesta normalmente expresarnos o nos da pudor hablar de sexo; y por otro, puede convertirse en un divertido juego que saca a la pareja de la rutina establecida normalmente. Algunas personas se escriben notas, mensajes por móvil o correos electrónicos y mantienes así un canal de comunicación erótico siempre abierto que enriquece la vida sexual de la pareja.
Escuchar música
Muchas veces, las canciones con determinada letra ayudan a poner palabras a lo que queremos vivir, sobre todo si estamos en una noche romántica. La música también erotiza, sólo es necesario hacer una buena selección previa.
Los sonidos que excitan
No son palabras, pero son muy estimulantes; los sonidos, suspiros, gemidos y hasta gritos suben, la temperatura del encuentro sexual y ayudan a saber lo que nos gusta y lo que no. Además, su espontaneidad nos transmite que estamos dispuestos a dejarnos ir y a experimentar.
Jugar con la fantasía
Como el órgano de la sexualidad es, en realidad, el cerebro, no hay mejor afrodisiaco que la imaginación. Podemos fantasear con nuestra pareja distintas situaciones y jugar. Por ejemplo, el juego puede comenzar durante la cena como si se tratara de la primera cita y sostener esa ficción todo el tiempo. Incluso en la cama.
JULIA ATANASOPULO
Psicóloga, Directora
del Centro Andaluz
de Psicología
Llegó puntual al bar de la plaza comercial, donde tenía que encontrarse con Alicia. Miró el reloj y decidió esperarla antes de llamar al camarero, abrió el periódico con la idea de echarle un vistazo pero, nada más leer el primer titular, la vio llegar. Venía como siempre, con su paso ágil y alegre.
-Hola Alejandro, espero no llegar tarde. ¿Te has quitado la barba? -dijo de corrido.
-No llegas tarde, sí me he quitado la barba y tú estas guapísima -le dijo al tiempo que se ponía de pie para darle un beso.
Para cualquier persona que estuviera observando la calidez de la escena, este encuentro no tendría nada de particular imaginaría que se trataba de una pareja o de dos amigos que se habían citado para tomar café. Ese observador casual no notaría nada extraño, porque lo que no sabría es que Alñejandro y Alicia habían estado casados diez años y llevaban seis separados.
Se conocieron en el instituto cuando eran unos chiquillos. Poco después, llegó el noviazgo. La boda fue consecuencia lógica y esperada en una pareja que se llevaba ¡tan bien!, que eran ¡tan amigos!
Compraron casa, su coche, tuvieron un niño y un perro, pero el problema fue justamente ése, el hecho de que eran ¡tan amigos!
Y un buen día se dieron cuenta que estaban viviendo como hermanos, que se querían mucho pero que a los dos les faltaba algo en su vínculo. Y así fue como, con la misma amistad y afecto con el que habían convivido, tomaron la decisión de separarse. Se encontraban con frecuencia, sobre todo debido a que tenían un hijo en común al que ambos amaban profundamente. ese día en particular tenían que verse porque Alejandro tenía unos libros para el pequeño Diego.
Hablaron un rato de los libros, llegó el camarero, pidieron un café y una infusión, hicieron algunos comentarios acerca de otros temas, hasta que en un momento dado, Alicia lo miro y, bajando la voz, le preguntó:
-Alejandro, ¿todo va bien?
-Sí claro, todo está en orden -contestó él sin apartar la vista el café-
-Venga, Alejandro, que nos conocemos. Mírame y dime que es lo que pasa -Insistió ella.
-Bueno, evidentemente, no puedo ocultar nada. Me pasa que estpy preocupado por mi relación con Cristina, eso es todo.
A los dos años de la separación, Alicia había vuelto a vivir en pareja con otra persona. Y Alejandro, después de algunas relaciones no muy duraderas, finalmente hacia un año que convivía con Cristina.
-No me digas que eso es todo. Tú no estás bien, ¿puedo ayudarte? -preguntó Alicia sinceramente preocupada.
-No me puedes ayudar porque el problema lo tiene ella, no lo tengo yo -dijo Alejandro al tiempo que llamaba al camarero para pedir otra bebida.
-¿No quieres contármelo? -le invitó ella con un tono muy afectuoso.
-Sí, a ti puedo decírtelo. Lo que pasa es que, no sé, siento que Cristina no disfruta del todo con el sexo y lo noto cada vez más.
-¿Le has preguntado qué le pasa?
-Sí, pero dice que son ideas mías. Que todo está bien, pero yo me doy cuenta de que no es verdad, que algo le falta. Alicia, a ti no tengo que contarte la importancia que le doy a la vida , sabes cuánto me ocupo de que la mujer dusfrute, pero con ella no entiendo que pasa.
-Quizás realmente le falte algo -insinuó.
-¡Por favor Alicia, no me digas eso! Tu sabes mejor qye nadie que soy un buen amante -replicó él con cierto tono de indignación.
Ella giro la cabeza, miró por la ventana un momento y, luego, volviendo la mirada hacía él, se decidió a confesarle:
-Alejandro, tú eres técnicamente un experto, pero... no eres un buen amante.
Su ex marido se quedo paralizado, ni en sueños esperaba escuchar algo semejante.
-¿Cómo que no soy un buen amante? -pregunto incrédulo
-No, Alejandro, no lo eres, y siento muchísimo tener que decírtelo, pero creo que soy la única persona que puede hacerlo y te quiero demasiado como para callarme.
-Pues tú nunca te has quejado -dijo él visiblemente molesto.
-No ironices y escúchame. No me quejaba porque si bien sentía que me faltaba algo, pensaba que eran cosas mías porque tú lo hacías todo de maravilla. Conoces el cuerpo de una mujer como pocos, sabes dónde y cómo tocar, manejas la intensidad. De verdad eres un especialista, pero... -dijo Alicia sin poder finalizar el discurso ante la impaciencia de Alejandro.
-Entonces, ¿cómo dices que no soy un buen amante?, ¿que es lo que falta? -pregunto visiblemente ofendido.
-Faltan palabras. En el sexo tú eres mudo, Alejandro -y se calló con la mirada clavada en los ojos de él.
-¿qué dices? ¿Cómo que me faltan palabras? -preguntó ahora confuso.
-Si, Alejandro, tú no hablas durante la relación, es más, de tu boca no sale nada, salvo un suspiro en el orgasmo. El sexo contigo es pulcramente perfecto, pero es frío no tiene magia. le falta el encuentro y la complicidad que dan las cosas apenas susurradas y la carga erótica de las expresiones de placer.
Las mujeres somos muy auditivas durante la relación sexual, y tú das todo, menos sonidos -y se calló, midiendo atentamente la reacción de Alejandro.
-¿Hablar más? Pero, ¿qué tengo que decir?
No sé, Alicia, no entiendo de qué se trata.
-Se trata de que en la relación estés presente todo tú, como lo haces en cualquier otra actividad a la que te entregues con alguien. Contigo, están unas manos que acarician con destreza y una boca que besa en el sitio indicado, pero no estás tú. Entonces, la sexualidad es de una maestría digna de una película porno, pero no hay un verdadero encuentro, ¿comprendes?. El buen sexo incluye también la comunicación verbal.
Él se sentía desconcertado. Se quedó pensativo y reparó en que, alguna que otra vez, Cristina le había pedido que hablara más. pero no sabía a qué se refería.
Habló un largo rato con Alicia, y Alejandro empezó a darse cuenta de que al estar "mudo" en sus relaciones, anulaba una parte de si mismo. Él no quería eso; lo que quería era estar más cerca de la mujer que amaba. Y ahora sabía que las palabras iban a ser ese puente que le llevaría más cerca de ella.
PONERLE VOZ AL SEXO
Encontrarse con la pareja
El problema de la ausencia de palabras es que la relación sexual se puede transformar en algo con una gran carga erótica, pero sin pleno encuentro de pareja. Corremos el riesgo de convertir nuestra sexualidad nuestra sexualidad en algo puramente táctil, donde cada uno esté en su propio cuerpo y su propio disfrute, donde el otro sea una herramienta de placer, perfectamente reemplazable por cualquier persona con la que tuviésemos el mismo nivel de confianza. En sintesís, sin palabras, en el encuentro se transforma en una relación anónima sólo que con un grado muy alto de confianza que facilita el erotismo.
Amar con los cinco sentidos
La sexualidad es probablemente el acto en el que ponemos más en juego toda nuestra actividad sensorial. Durante la relación sexual nos estimulamos con el tacto, la vista, el olfato, el gusto y, por supuesto, el oído. Porque así como nos excita tocar, ver y oler, también nos estimulan el sabor de los fluidos corporales y, por supuesto, las palabras, las manifestaciones de placer expresadas verbalmente. Tanto es así que sólo con lo que oímos podemos llegar a un grado altísimo de excitación erótica.
Hablar de lo que haremos
A la mujer le estimula muchísimo lo que escucha durante la relación sexual y al hombre le suele estimular más lo que escucha antes del propio encuentro, porque generalmente, durante el acto sexual,las mujeres son más auditivas y los hombres, más visuales. Jugar con la pareja hablando de lo que vamos hacer por la noche o mañana por la mañana es una manera de que el estímulo esté presente en todo momento. Así que bienvenido también el verbo antes de la relación sexual por su potencial sensual.
Crear complicidad
Muchas veces, cuando hablamos de comunicación sexual, entendemos como tal el hablar de lo que nos gusta o no en el sexo, pensamos que es el ponernos de acuerdo con nuestra pareja en el tipo de sexualidad que queremos... pero eso es únicamente una parte de la comunicación sexual que tiene que ver con el intercambio de información. pero, luego, está la parte que se refiere al encuentro, a la complicidad, al juego y a la magia. Cuando las manos que me tocan tienen la voz de mi pareja y las caricias están dirigidas a mí, porque así lo expresan sus cálidas palabras, ya no son sólo unas manos acariciando un cuerpo, es toda la persona amada la que acaricia.
Decir lo que te gusta
También son importantes las palabras al acabar la relación sexual; para comentar ese pequeño mordisco que tanto nos ha gustado, esa caricia imprevista que nos ha arrancado un suspiro, para reírnos incluso si las cosas no han salido totalmente como esperábamos... Las palabras pueden ser el colofón perfecto del acto amoroso, ssirven para comunicarnos el una al otro aquello que más nos ha gustado y que esperamos que se repita, y crean la complicidad necesaria en la pareja.
Las palabras sobre el papel
El efecto que puede tener una carta erótica dirigida a la pareja es muy poderoso. Por un lado, nos ayuda a desinhibirnos si nos cuesta normalmente expresarnos o nos da pudor hablar de sexo; y por otro, puede convertirse en un divertido juego que saca a la pareja de la rutina establecida normalmente. Algunas personas se escriben notas, mensajes por móvil o correos electrónicos y mantienes así un canal de comunicación erótico siempre abierto que enriquece la vida sexual de la pareja.
Escuchar música
Muchas veces, las canciones con determinada letra ayudan a poner palabras a lo que queremos vivir, sobre todo si estamos en una noche romántica. La música también erotiza, sólo es necesario hacer una buena selección previa.
Los sonidos que excitan
No son palabras, pero son muy estimulantes; los sonidos, suspiros, gemidos y hasta gritos suben, la temperatura del encuentro sexual y ayudan a saber lo que nos gusta y lo que no. Además, su espontaneidad nos transmite que estamos dispuestos a dejarnos ir y a experimentar.
Jugar con la fantasía
Como el órgano de la sexualidad es, en realidad, el cerebro, no hay mejor afrodisiaco que la imaginación. Podemos fantasear con nuestra pareja distintas situaciones y jugar. Por ejemplo, el juego puede comenzar durante la cena como si se tratara de la primera cita y sostener esa ficción todo el tiempo. Incluso en la cama.
JULIA ATANASOPULO
Psicóloga, Directora
del Centro Andaluz
de Psicología
Suscribirse a:
Entradas (Atom)